Celebrado el amor, febrero culmina y le abre la puerta al esplendor de marzo y su primavera, ese mes en nombre del dios romano Marte, abre el mes con el Fat Tuesday, mejor conocido como Mardi Gras en voz francesa para referirse a cenar alto en grasas antes de entrar en la Cuaresma.
Que ahora sea tremenda rumba, eso es otra cosa.
Así, la fiesta de Nueva Orleans se rebosa de la Bourbon Street e invade el French Quarter hasta diseminarse por todo Estados Unidos. Se celebra la fiesta de la vida, del renacer del follaje, la fruta y el deseo, la Saturnalia sincretizada con la Cristiandad, Ishtar vuelta Cruz, el elogio del sacrificio de uno por el bien de todos, el héroe solar vuelto humano en los labios de Jehová, es el anuncio de la venida de Jesús para morir crucificado en la cúspide del Gólgota y renacer al tercer día en el Santo Sepulcro.
Ya casi llega, hay que celebrar.
Así, el paso de febrero a marzo da para celebrar la llegada del calor, la llegada de las flores y su invasión de color, diseminadas en árboles pastos y arbustos, como las mujeres latinoamericanas que llegan en primavera desde Venezuela, Colombia y Puerto Rico, claro, también de Honduras, El Salvador y México y ni hablar de Perú, Chile y Argentina.
Y por favor no se pongan carnívoras si he dejado por fuera país alguno, pues queda claro que cada flor, de cada país, es materia de perfección. Dice un monje budista que
“El diamante es luz solidificada y es la última y máxima creación mineral de Dios, la mujer es la última y máxima creación animal de Dios.”
Y diga que no y verá.
Eso sí, Dios mediante, jamás falte. La mujer es una viva muestra de tenacidad y suavidad, de fortaleza y ternura, de arranque y resguardo. Sin ella, ¿cómo seríamos?
De modo que la primavera llega con sus flores y esperanzas para nuevos horizontes. La promesa del renacimiento alimenta la esperanza del poder del cambio. Cada quien es dueño de su destino en la medida que se empodere y asuma su deber. Ese deber hacer que se debe a sí mismo. Eso que uno a veces no comparte con los demás porque es excesivamente íntimo. Pero no de intimidad, sino de algo de uno. Algo que uno necesita poder conquistar, conquistarse: uno es su peor enemigo o su mejor aliado, y ya Dios dijo, “Ayúdate y te ayudaré”.
Es por estos motivos de los siempre cambiantes tiempos que vivo en una constante búsqueda de aquello que habla de renovación. Esto que nos renueva en emoción también despierta un deseo de conquista de las ideas, de los proyectos, de las visiones. Somos visionarios en una tierra prometida, estamos en tierras fértiles para cumplir los sueños. Y aunque algunas veces conquistarlos puede tornarse en pesadilla, es necesario para no sucumbir al final de los días a ningún arrepentimiento. Todo menos vivir con la frase, “Es que si hubiera” y morir en la amargura del frío fracaso que trae dejar dormir los sueños.
Es de esta manera como vivir en el presente es tan útil, pues ayuda a aguzar la percepción del horizonte y ayuda a determinar la dirección del esfuerzo y la concentración.
La vida nos ha dado la oportunidad de vivirla, y aunque no siempre es de sabor dulce y a veces se pasa de tragos amargos, la experiencia de sentir, bien sea dolor o placer, vértigo o adrenalina, furor o placidez, es lo que le da sentido día a día.
Así, como dice la canción, “Gracias a la vida que me ha dado tanto”, gracias a la familia por ser el cimiento, a los amigos por el apoyo, a los desconocidos por su capacidad de soñar, a los conocidos por su reconocimiento incuestionable y a los anunciantes por permitirnos ser parte del cumplimiento de su sueño americano.
¡Qué viva el renacimiento de América y feliz fin del frío!