El Recultador: De Nicaragua a Irak

La llegada y la entrada

El Sargento Reclutador del Army Leonel Castillo es oriundo de un pueblo pequeño llamado la Trinidad del departamento Estelí en Nicaragua, cerca a la frontera con Honduras.

Entre los cinco y seis años de edad, Leonel vio cómo su padre defendía discursivamente los principios de libertad democrática en su comunidad, abogando por un anticomunismo. Y debido a estas manifestaciones de fervor ideológico, la policía del gobierno sandinista lo encarcelaba, quizá tomándolo como un vocero infiltrado de los Contras. Hasta que un día le dijeron: “O te callas o te mueres.”

Fue entonces, hacia mediados de los ochentas, que Leonel, su padre y su hermana se embarcaron en un viaje de más de 5,000 kilómetros sin retorno hacia los Estados Unidos. Cruzaron las montañas de Honduras a pie, Guatemala los vio pasar en bus y en México peregrinaron por el desierto. Por fin terminaron su travesía al llegar a Miami en el ’86 donde los recibió una tía en su casa.

“Mi papá se fue para Nueva York y yo me tuve que criar solo. Tuve que dejar de estudiar en 10º grado para poder sobrevivir, para empezar a trabajar con mi primo en una tintorería donde él trabajaba. En Miami estuve hasta el ’99.”

Debido al inexplicable deseo de ser soldado, Leonel visitó una estación de reclutamiento a los 16 años.

“Quizá traía en la sangre esa gana de servir. En ese momento yo veía a los Estados Unidos como el salvador, héroe y protector del mundo, y yo quería ser parte de eso.” El reclutador le dijo que volviera cuando cumpliera 18 años.

Cuando regresó a los 18, le pusieron varias barreras: tenía que terminar el High School o conseguir un GED, debía cambiar su situación migratoria de asilado político a residente, tenía una hija con su actual esposa, pero en ese momento no estaban casados por lo que lo consideraban padre soltero. Además, el examen de admisión al ejército ASVAB no lo pasaba.

Poco a poco fue superando esas barreras. Obtuvo su GED, se casó con su esposa, pero la residencia era un proceso lento y prolongado, por lo que su abogado le recomendó auto deportarse ante un juez.

“Entonces tomé ese riesgo y me auto deporté a los 22 años. Le dije al juez ‘Estoy aquí para auto deportarme y al mismo tiempo pedir clemencia para que me otorguen la residencia y quedarme para servir en el ejército.’ El juez me otorgó la residencia e inmediatamente me fui a donde el reclutador para entrar en el Army.”

Ahora que piensa en ese momento se sorprende por el riesgo que tomó, “Auto deportarse para obtener la residencia es una lotería y no se lo recomiendo a nadie.” Pero tomó el riesgo porque llevaba siete años trabajando en la tintorería y sintió que estaba atrapado. Además, “Yo quería ser soldado. Ese era mi sueño y me demoré cinco años.”

Leonel se enlistó en el ’99 en la estación de reclutamiento de downtown Miami y desde entonces ha estado en el ejército.

La carrera militar

Se enlistó por ocho años, tiempo de rigor al firmar un contrato con el US Army, “Cuando un soldado enlista, firma un contrato de tres años activo pero cinco inactivo.” A cuatro días del cumpleaños número seis de su hija, viajó a Carolina del Sur para hacer el entrenamiento básico en Fort Jackson. “Usualmente, lo que se hace durante las nueve semanas de entrenamiento básico es ejercicio, aprender a marchar, disparar, tirar granadas, first aid, cosas básicas de ser un soldado.”

La fase dos, que consiste en aprender lo que va a hacer en el ejército, la hizo en Virginia. “Hay más de 150 posibilidades a la hora de escoger la carrera técnica, desde asistente dental hasta mecánico de aviación. Yo entré como Petroleum Supply Specialist, y me encargaba de todo lo que tenía que ver con el petróleo, lubricación, diesel.” Además, se cercioraba que todos los químicos que usaban fueran desechados correctamente y de manera amigable con el medio ambiente.

Pasó a Fort Riley en Kansas para su primer Duty Station. “Fue mi primera experiencia con el invierno. Fue difícil ajustarme, pero no tenía otra opción que de ajustarme y el cuerpo se ajusta.”

Estuvo en Kansas dos años aplicando los conocimientos aprendidos en Virginia hasta que lo mandaron a Corea del Sur, a diez millas de Corea del Norte, donde re-enrutó su carrera militar hacia Ammunition Specialist.

“Siempre estaba moviendo municiones de tanque de punto A a punto B. Me dieron las llaves del búnker donde estaban guardados millones y millones y millones de dólares en municiones. ‘Aquí están, Castillo, nacido en Estelí, La Trinidad, Nicaragua, aquí están las llaves de este búnker.’ En ese entonces me pareció normal, pero ahora agradezco esa responsabilidad que me dieron. Eso está en mi personalidad, la disciplina. Si a mí me decían ‘Ve a hacer tal cosa,’ yo no cuestionaba, simplemente lo iba a hacer.”

Mientras estuvo en Corea, sucedió el 9/11. A los ocho meses del atentado contra el World Trade Center, Leonel volvió a Kansas y la unidad a la que él pertenecía la activaron para ir a Irak. Su segundo hijo estaba por nacer y se dijo: “Te vas sin conocer a tu hijo.” Sin embargo, regresó a Kansas para procesar su salida ya que había cumplido los tres años activo. “Cuando regresé, vi nacer a mi hijo el mismo día que capturaron a Saddam Hussein, el 12 de diciembre del 2003.” Pero le extendieron el contrato por un año debido a que necesitaban soldados y lo regresaron a Irak.

Irak

La primera vez llegó a Kuwait, a las bases establecidas por el ejército estadounidense. De ahí partieron en un convoy de 300 vehículos hacia Habbaniyah, a 740 km al norte de Kuwait. Se demoraron siete días en cubrir la distancia manejando desde las 6 a.m. hasta la caída del sol. Cuando llegaron al campamento—una antigua base aérea del ejército iraquí donde operaba el ejército británico—les dieron la bienvenida con morteros.

“Nosotros llegamos y no había nada. Edificios destruidos, nada de baños. Pero lo primero es la seguridad. Hacer un cordón militar y asegurarnos de poner ciertos equipos en ciertas zonas. Después hay que establecer contacto con los civiles y la policía para saber quién es quién y determinar cómo podemos ayudar. Todo para que más adelante los aviones puedan llegar con el equipo.”

A la primera semana ya tenían comunicación. A los dos meses contaban con internet. “Nuestra misión era cuidar esa área y mantenerla segura. Éramos como la policía de esa zona. Yo abastecía a las unidades de tanques con balas de cañón de penetración Sabot y de explosión HEAT, balas pequeñas como la 5.6 y 7.62 para las metralletas y las cadenas de .50.”

“El mayor problema en Irak eran los IEDs (Improvised Explosive Devices) en la carretera. Los ponían en todas partes. Si una lata se miraba sospechosa, la evitábamos y al otro lado estaba el explosivo. Los enterraban y los ponían hasta en perros muertos. Eso fue lo que los insurgents se robaron del ejército de Saddam: toda suerte de explosivos.”

“Estábamos buscando a los líderes, entre ellos a los dos hijos de Saddam. Los insurgents se vestían de civiles. Eso lo hacía difícil porque no se sabía quién es quién. En un momento tú puedes estar hablando con una persona y al segundo te golpea y te dispara.”

La otra parte de vital importancia para el asentamiento de las tropas eran los aportes de los civiles. Ellos ayudaban con el transporte desde Kuwait hasta Habbaniyah de bienes y donaciones, cocinaban para los batallones y a través de la USO (United Service Organizations) les brindaban entretenimiento a los soldados.

“Estar en Irak era como tener un trabajo normal. Yo estaba a cargo de 10 soldados y aún mantengo conexiones con algunos de ellos. Hacías tu trabajo de tal hora a tal hora y después hacías lo que querías. Es una rutina a la que uno se acostumbra. Siempre y cuando tuviera comunicación con mi familia, era como estar en cualquier otro lugar, simplemente que todos los días se escuchaban explosiones.”

Cuando se fue la segunda vez, que ya salió desde Baghdad, comió un Subway que le supo a gloria después de tantos meses de comer MRE (Meal Ready to Eat.)

El resto es historia

Al regresar de Irak, Leonel se retiró del ejército en noviembre del 2004 “Sentí satisfacción por retornar al país de la libertad, nostalgia porque dejaba a los soldados atrás y alegría porque iba a ver a mi hijo de nueve meses.”

Incursionó en la fuerza de policía de Burlington en Carolina del Norte, pero tan sólo duró 18 meses pues los beneficios médicos eran demasiado precarios comparados con los que tenía en el ejército.

“Yo podía ir al hospital todos los días, y nunca me llegaba un bill, pero mi hijo se enfermó y lo internaron menos de un día y me llegó un bill bastante alto. Al mes se volvió a enfermar y decidí reincorporarme, pues de todas maneras yo aún tenía deseo de servir en el ejército.”

Desde su reincorporación, Leonel ha sido reclutador en Carolina del Norte, Filadelfia y ahora en Kissimmee desde el 2015. Actualmente vive con su familia en Orlando. “Siempre tenía ese deseo de ser reclutador, para ayudar a otras personas que estaban en mi situación, para guiarlos.”

Nos contó que los requisitos básicos para enlistarse son tener entre 17 con permiso y 35 años, haberse graduado del colegio o haber obtenido un GED, ser residente permanente, cumplir con los estándares de peso y estatura, estar bien de salud, tener un récord criminal limpio y de tener tatuajes, no pueden estar en la cabeza ni las manos ni estar relacionados a drogas, pandillas ni con connotaciones racistas. Finalmente se debe obtener un puntaje de 31 sobre 99 en el ASVAB con el que se determina la labor en el ejército, y si es un inmigrante graduado en un colegio de su país de origen, puede entrar a través del programa Flurry.

“Yo ahora soy reclutador permanente,” dice Leonel con una sonrisa, “Y aunque ya cumplí veinte años y califico para retirarme, voy a seguir aquí.”