Estalló la guerra en Oriente Medio. Hamás atacó a Israel durante el Sukkot, o Fiesta del Tabernáculo. Los misiles terroristas atravesaron el domo antiaéreo israelí a la vez que dinamitaron un extremo del muro e ingresaron con parapentes impulsados con ventiladores al festival del sur donde acabaron con cientos de vidas inocentes.
Seguido, el estado israelí, en cabeza del primer ministro Benjamin Netanyahu, declaró la guerra, activó un contraataque y llovieron misiles israelitas sobre la franja de Gaza.
El Líbano, donde reside Hezbollah, que en árabe quiere decir “partido de Dios,” atacó un puesto de control israelí con un misil antitanque. El ejército israelí ya dio de baja a un grupo que estaba cercano a la frontera norte de Israel.
Turquía pidió mesura a Israel, y que no se fuera a meter a la franja de Gaza. Putín pidió lo mismo. Emiratos Árabes Unidos mantiene su comercio con Israel y una postura neutral frente al conflicto. Estados Unidos está con Israel. Siria respalda a Hamás. Israel atacó los aeropuertos de Aleppo y Damasco y los dejó inservibles. Israel advirtió que evacuaran la parte norte de Gaza.
El mundo está conmocionado.
Es casi imposible no asumir una postura que no se traduzca en adoptar un bando.
O estás con Israel o estás con Palestina. Eso traduce a, o estás con el bien o estás con el mal. O estás con los buenos o estás con los terroristas.
Y a un nivel visceral, considero que todos podemos estar de acuerdo con que queremos estar del lado del bien, queremos hacerle barra a los buenos, y despreciamos colectivamente a los terroristas.
Pero entonces, ¿por qué una facción grita “¡Liberen a Palestina!”? ¿A qué se deben las marchas en Nueva York en pro de Palestina? ¿Quiénes convocaron las aglomeraciones propalestinas en París, Alemania, Yemen, Irán, Londres, Qatar, Peshawar, Estocolmo, Estanbul, Madrid?…
¿Qué es Palestina? Para unos es un pueblo terrorista, para otros es la esperanza de soberanía.
¿Quién tiene la razón?
Depende del bando que escoja.
Hay detalles.
Todo comenzó con la Tierra de Canaán. Jehová le prometió a Abraham una morada en Canaán mientras habitaba en Ur de los Caldeos, actual Irak, cerca a Basrah. Abraham migró atravesando el desierto y habitó en paz entre los cananeos. Luego sus hijos vendieron a José, su hijo menor, como esclavo a los egipcios y más tarde Moisés liberó y lideró al pueblo judío esclavizado de vuelta a través del Mar Muerto.
Al morir Moisés, Josué habló con Jehová y éste le dijo que entrara en Canaán. Envió espías a Jericó y moraron con Rahab, una ramera que los escondió de los cananeos. Jehová les abrió paso por el Jordán y les indicó que tomaran 12 piedras. Se purificaron del yugo Egipcio con la circuncisión. Tumbaron el muro de Jericó con el sonido de 7 cuernos de carnero tocados por 7 sacerdotes delante del arca de Jehová durante 7 días, y al séptimo, al tocarlos la séptima vez, Jehová les dijo que gritaran: ¡Y tumbaron el muro de Jericó!
Y entró Josué y su pueblo y conquistó con la espada.
Esta vez la descendencia de Abraham no pudo convivir en paz con los cananeos.
Quizá eran demasiados. Quizá lo de la promesa no excluía la coexistencia. Aunque es contundente el mandato…
Así nacieron los reinos de Judá e Israel. Y no fue sino hasta el Imperio Romano que el emperador Adriano le cambió el nombre a Palestina, en el 64 a.C., con el fin de borrar la ‘judería’ de la memoria. El Imperio Otomano la llamó Filistina. Hasta que el Imperio Británico la recibió en el Tratado de Sévres en 1920. Los ingleses fomentaron la migración judía devuelta a Palestina, hasta que en 1947 cedieron a una coalición judía el territorio, quien declaró Palestina como estado independiente de Israel.
Están en guerra desde entonces.
Condenamos los ataques terroristas de Hamás. Pedimos a Israel prudencia frente al despliegue de su arsenal.
¡Dos soberanías ya!
¡Qué Dios nos proteja, y guarde a América!