La Abuela Me Decía: “Mijo, no sea ingrato” | Noviembre 2021

La acción de Dar Gracias sirve para recordar aquello vivido, lo no vivido, lo compartido y lo encontrado en soledad.

Y ser agradecido es más difícil de lo que parece. Aunque habrá quien diga lo contrario, y seguramente con sobradez afirmará que es lo más fácil del mundo.

No sé. Quizá sólo comienza con unas “Gracias”. Quizá sólo comienza con sumergirse en los ojos de un ser amado con la intención de encontrar su corazón y abrazarlo. Quizá lo que hace falta es reconocer aquello que se es, aquello que se tiene, aquello que se anhela y las herramientas necesarias para conquistar los sueños.

No sé. La abuela Graciela me decía, “Mijo, no sea ingrato”. Y yo quedaba perplejo. No entendía. En realidad, aún sigue siendo un misterio. Seguro aquella persona a la que se le facilita agradecer juzgará “Aj, es que usté es un mal agradecido”… Quizá tenga razón, pero quizá va más allá. Quizá lo que la abuela me reclamaba era más contacto. Más llamadas. Más visitas. Más compartires. La abuela chela sólo quería más cercanía de parte de su nieto.

Y fallé. Tenía trece años cuando la abuela sucumbió ante una diabetes despiadada. La última vez que la vi estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos, adormilada. Le dije al oído: “Gracias, abuela. Lo siento mucho. Descansa.” Ella me miró con ojos de elefante sabio y agotado. Sonrió como pudo y me hizo la señal de la bendición con un brazo azotado por intravenosas y que no le respondió para subirlo hasta mi frente, quedando el gesto de la cruz cerca a su costado.

Vaya fatiga. El cansancio del mundo. El peso de la vida cuando ya la fuerza no da.

Quizá de ese mismo modo se sintieron los peregrinos en esta denominada nueva tierra. Quizá así mismo se sintieron los indios nativos—los indígenas—cuando vieron diezmada su población.

¿Quién sabe? Seguro aquel a quien se le facilita agradecer conoce la respuesta. O quizá hay unos misterios que sólo funcionan gracias a su naturaleza indefinible, a su ausencia material de lo conceptual.

No sé. Como les digo, este tema me cuesta debido a que cada día que pasa, me voy dando cuenta de pequeños detalles por los cuales el día de ayer no agradecí. Es decir, día a día voy descubriendo cosas por las que debería estar agradecido y que aún no he agradecido.

Por ejemplo, qué tal el canto del bluejay y el tamborileo del woodpecker. O qué tal la sonrisa de un hijo. O el abrazo porque sí de la compañera de vida. O el agua caliente en una mañana fría. O el agua fría en una tarde ardiente.

Son miles. Millones de detalles por agradecer. Por sentir. Por luchar. Por vivir.

Y aquellos dichosos rodeados de familia, multiplicadas las razones de gratitud.

Y aquellos en compañía de la soledad, el increíble goce de un tiempo en exceso para encontrar su camino.

¡Qué bella época esta! Pretexto perfecto para cultivar la armonía, la comunión y la unidad. Quizá uno de los primeros pasos para disolver la helada amargura del corazón comienza con el fuego del agradecimiento. Pero también el viento del perdón. A veces, hace falta perdonar y perdonarse para poder agradecer. Bueno, así me pasó a mí, ya cada quien dirá cómo es para cada quien.

Así, agradecemos la invaluable fe que los anunciantes han depositado en nuestro trabajo para promocionarlos a través de esta publicación. Con estas páginas buscamos unirnos como Hispanos y Latinos que venimos a este país en busca del sueño americano de vivir mejor, de vivir en paz, de vivir sin miedo y de vivir en prosperidad.

Gracias a usted querid@ lector(a) por invertir su tiempo en estas líneas. Feliz día del pavo y ¡qué viva América!