Llegaron los huracanes. Del regreso a clase. Y con ello los nuevos peinados, los nuevos estilos, los nuevos ritmos, los nuevos beats, los nuevos dichos. Y se desayuna ya con Tik-Tok challenges y se comunica más fácil con emojis por WhatsApp y la quintaesencia de la comunicación se condensó en el meme por Instagram. Ahora se comienzan las mañanas con ClubHouse o con el Podcast favorito a la hora del trancón. Nada como gozarse la última noticia del periodismo YouTubero o escuchar a Siri informar sobre la ruta más conveniente al trabajo.
Este otoño de lluvias interminables se puede sobrellevar con Netflix o quizá con algún artilugio de Amazon. Y es que con la variante Delta y el covid-pánico de nuevo pisando los talones de la sanidad y la paz mental, la paranoia nos vuelve a encerrar, pero el terror al encierro es superior.
Twitter es el canal oficial para los gobernantes mundiales, Facebook es la memoria colectiva, el álbum abierto de la gran familia humana, libro de acciones dispuesto para el estudio de mercaderistas, publicistas y psicólogos: el gran acceso al consumidor, el fin de la privacidad pública.
Y luego para qué sirve saber nada si Google y Wikipedia ya tienen todas las respuestas. A veces toca Googlear hasta la fecha del propio nacimiento.
Y ya Yahoo es pura anacronía y Bing está diseñado para alimentar el esnobismo. Las finanzas ya no se manejan en el banco, y no es necesario hacer una fila de una hora después de dos horas de desplazamiento para conocer el saldo de la cuenta. Con el celular basta y sobra para cobrar, transferir, recibir, pagar, y revisar los fondos.
Y Coinbase permite el intercambio libre de criptomonedas, el staking y a la vez que te guarda el dinero. Robinhood es la ventana a Wall Street 101, mientras que el mercado del mundo cabe en Forex. Y desde el celular se mueven millones. Y se mueven likes, follows, corazones, fuegos. Se mueven los pies ciegamente en la dirección correcta. Y Siri dice voltea a la izquierda mientras suena Politically Incorrect de Tom MacDonald en Spotify.
Confiamos más en las recomendaciones de Yelp que en el criterio de nuestros amigos. El calendario es nuestro asistente personal y sin él se olvidan todos los compromisos. Las tonadas de Camila Cabello agitan el esqueleto. El lamento por la muerte de los artistas en Colombia sólo se escucha por las redes sociales.
Llegamos al otoño de lo análogo
Ya lo impreso es un lujo, escribir en lapicero es cosa de abuelos. Las noticias llegan más rápido que lo que suceden los acontecimientos.
La velocidad de la luz nos comunica. El sueño de Einstein se cumple en la ruptura del espacio-tiempo con un nuevo post de un coreano en Seul en el Snapchat que disfruta un argentino mientras entra al baño en Baires.
Vivimos en el tiempo de la hiperconectividad. Perderse un segundo de conversación puede costar la relevancia. Es difícil asimilar la velocidad del cambio. Apenas adaptado a la moda, ésta ya ha mudado. Y los del Cartel de Sinaloa y el Jalisco Nueva Generación postean la opulenta obscenidad del narcotráfico como método de reclutamiento de menores.
Sí, algunos dirían que la vida ya no es tan sencilla. Dirán que antes las cosas eran mejores y todo era más sano. Que antes había más educación y más respeto por los mayores. Pero, en lo personal, creo que siempre ha sido igual, sólo que ahora tenemos un vehículo de comunicación que se acerca a la velocidad de nuestros pensamientos y eso hace evidente rápidamente las ignorancias, revela las pretensiones, devela los retos inherentes de la juventud hacia la vejez. Y ya va llegando la hora de su otoño, nuestro verano y la primavera de unos retoños que nacieron con pantalla táctil.
Bueno o malo, no sé a ciencia cierta, pero tengo fe que nuestros avances los usaremos más para bien que para mal. Ya por lo menos capturamos de manera eficiente la energía solar, los carros los impulsamos con baterías, la tecnología wireless resultó en contactless, y los comandos de voz son capaces de llevarnos de punto A a punto B, de poner la música, poner el mood, ordenar la cena y el regalo perfecto para que todo coincida en un segundo ideal y utópico.
No sé si suena abrumador, pero en definitiva debe ser difícil ser niño y adolescente hoy en día. Por eso, con el retorno a clase, más que estar en sintonía con las redes, es vital captar la emocionalidad de los críos. De lo contrario, nos puede azotar un huracán de depresión y ansiedad juvenil que puede levantar los cimientos de nuestra familia y dejarnos viendo un chispero sin saber qué pasó.
Y ahí sí abogo un pensamiento clásico, y es que las conexiones humanas necesitan el tacto, de lo contrario el vacío es demasiado abrumador.
¡Viva feliz y contactful América!