Feliz año! Prosperidad y abundancia les deseamos de corazón.
La percepción del flujo del tiempo, dicen, varía según la edad. La razón está en la proporción de un año de vida en relación a los años vividos. Por ejemplo, para un niño de cuatro años, un año representa el 25% de su vida o 1/4. En cambio, para un pronto octogenario, un año no es más que 1/80º (un ochenta-avo) de vida, un nimio 1.25%
Y es así como cada año que pasa se hace más corto y surge de incontables bocas la frase “¡El año se fue volando!” Y aquí estamos en un nuevo año más, con la modorra de diciembre aún en los ánimos, pero con la recarga de haber disfrutado las festividades, comido en abundancia en la medida que se haya podido y celebrado la unión de la familia y amigos.
Sin embargo, este año es especial, ya que da la sensación de que es una prolongación del año anterior, de ese año recién dejado atrás. Y esto se debe a dos grandes motivos. Uno médico y otro político.
En el 2020, el COVID-19 nos traumó como sociedad. Se coló en nuestra vida sin invitación y truncó nuestros planes. También regaló perspectiva frente a las prioridades de la propia vida y a nuestra preparación médica como sociedad. Representó, también, un hito fármaco-médico con la creación récord de la vacuna contra ese micro-monstruo del coronavirus. Y ese tema ahora se transformó. Dio un vuelco de cangrejo que parece peleará con las patas hacia el cielo esperando a que venga la marea a voltearlo de nuevo. Pues ahora la gente desconfía de la vacuna y teme una urdimbre de planes demoníacos y complots de la Big Pharma.
Hay quienes hasta creen que todo es una estratagema china para insertar nanobots capaces de controlar la voluntad de las personas, geolocalizar cada paso y supervisar los pensamientos.
¡La Thought Police de 1984!
En realidad, durante tiempos de crisis, la imaginación del ser humano va mucho más rápido que el tren bala y la velocidad de la luz. Y cada dato que llega debe someterse bajo la lupa del escrúpulo, el escepticismo y el escrutinio de la fuente. De lo contrario, no se sabe qué se consume. Algo así como ir a un restaurante donde no se sabe qué se pide ni qué se sirve. Eso sí, habrá quien le gusta así la cosa, pero cada individuo es responsable de forjar su criterio, los medios están ahí para comunicar lo que sucede y pocas veces están desnudos de sesgo, mientras que las redes sociales son sacos sin fondo de información, desinformación, paranoización y targetting.
Y ahora en el 2021, con la vacuna a la mano, las personas desconfian en la inoculación pues creen que aquello no los salvará ni los protegerá, sino que al contrario los condenará a la muerte exponiéndolos al virus, y peor aún, otorgará control al gobierno.
Y es este el segundo elemento que se trasvasa de un año al otro. La desconfianza nacional en la clase política.
Con la toma del Capitolio el 6 de enero se puso en jaque la democracia de la nación punta de lanza del sistema democrático en el mundo. El presidente Trump enardeció a una masa que pronto se tornó violenta y dispuesta al combate. La masa embistió las puertas del congreso mientras se ratificaba la posesión del presidente electo Joe Biden. Murieron cinco en la toma del Capitolio. Los senadores y representantes sintieron la vibración de los pasos de la turba furibunda.
Quizá fue un sentimiento similar al que experimentaron Luis XVI y Marie Antoinette antes de sentir el frío implacable de la guillotina.
Y corearon a viva voz lo que tanto quieren las milicias: guerra civil. Reclaman una americanidad anacrónica, sin tener en cuenta que ser americano es justamente lo contrario: adaptarse al momento presente.
Y los antipatriotas autoproclamados patriotas izaron la bandera volteada. ¡Insurrección! Qué Dios proteja esta nación y a nuestras familias. Qué la luz de la razón y la compasión nos toque los corazones, porque de lo contrario nos llevaremos mutuamente al polvo.
Esperemos que la nueva administración sepa manejar los juicios de valor emitidos por la oposición, administración acusada de regalarle el país a China, de querer volverlo otra Venezuela y Cuba, y de ser fomentadora de divisiones raciales a través de la constante mención de la inequidad vivida por los ciudadanos “de color”.
Lo vital es que no se cierre la economía, se continúe invirtiendo en el sector médico y se recupere la confianza en los medios, porque si cada cosa que escuchamos nos provoca desconfianza, entonces estamos corriendo el peligro de convertirnos en una sociedad paranoica. En mi opinión, lo mejor que podemos hacer es entregarnos a confiar y creer en el otro, pues al fin y al cabo, ¡somos América!