Con la llegada de la Navidad, el paso implacable del tiempo se hace más evidente. Quizá usted que lee esta nota entienda con mucha mayor claridad sobre la experiencia a la que me refiero.
Me remonto a un tiempo donde aún los niños éramos nosotros, cuando veíamos a papá y mamá sacar de cajas arrugadas la magia decorativa de la temporada y esperábamos con ansiedad la llegada de las 12 el 24.
En Cali, la ciudad en la que crecí, la salsa revienta con sabor a diciembre y la calle toda parece un fiestón iluminado. Sin embargo, ahora con lo del COVID, la gente se tiene que tomar sus luladas y champús con distanciamiento y quedarse en casa para ver pasar el alumbrado móvil por su cuadra. Toca hacer fila con cuidado para comprar el tamal y pagar los servicios. A la lechona le ponen tapabocas y al borojó lo tienen enjaulado para que no se vayan a despertar los ánimos más de lo necesario.
Por su parte, Orlando está viviendo una de las crisis laborales más tenaces de su corta historia. La ciudad, que depende de la economía hospitalaria, ha visto cómo sus habitantes se quedan sin empleo sin ningún tipo de alternativa a su pérdida. La dependencia en los ingresos por desempleo deben tener a la población afectada con los nervios de punta.
Eso sí, vale rescatar que vivir en Estados Unidos nos ha mantenido alejados de medidas extremas, como la colombiana de impedir la libertad de movimiento, como si fuera más fácil tratar a una persona dejándola quieta y sancionándola para que aprenda, en vez de invertir en el desarrollo y preparación humano para tratar todo tipo de enfermedad, en infraestructura clínica para estar mejor equipados ante una futura crisis, en logística para efectuar pruebas y rastreo de contactos, y en la medida de lo posible, en asegurar dosis de vacunas para la población de mayor riesgo. En pocas palabras, necesitamos más dinero para los médicos que para la policía.
En Tampa, en cambio, gracias a su robusta economía local activada por “pequeños empresarios,” la crisis no ha pegado tan duro a pesar de que el comercio ya no es el mismo. Se debe quizá también a la naturaleza portuaria de la ciudad, que mantiene el flujo de mercancías y conexión con el mundo al alcance de unos pasos.
Por otra parte, se está viviendo la llegada de neoyorquinos y californianos con dólares inflados a comprar propiedades a través de toda la Florida, pero especialmente en Orlando y Tampa. Este fenómeno migratorio, aunque active la economía de los realtors y property managers quienes se han estado haciendo el diciembre desde el comienzo de la pandemia, afecta el costo de vida en la Florida, pues las casas que hoy en la mañana cuestan $200K en el mercado, hacia la tarde ya van por los $250K y hasta $300K en la noche.
Este fenómeno de inflación hiperacelerada, en estos momentos, es inevitable, pues quienes venden no están pensando en la afectación del mercado, sino en su bolsillo. Eso es normal, de todos modos vivimos en unas formas de la economía del ‘sálvese quien pueda’ y si se puede cobrar un poco más por una mercancía, pues mejor para el bolsillo del vendedor.
Sin embargo, es claro que las consecuencias no terminan sólo en un techo con sobreprecio, sino en una inaccesibilidad a un hogar para muchos, sobre todo con los despidos masivos de los parques temáticos de Disney y Universal, los grandes empleadores de la región.
Los comerciantes de los llamados pequeños negocios —que por cierto son todos aquellos negocios con menos de 500 empleados— son los que han tenido que soportar el duro golpe del detenimiento del flujo del consumidor. Sin embargo, con la llegada de las nuevas poblaciones del norte y del oeste estadounidense, se revitalizará una economía decadente en el centro de la Florida, una economía frenada por la pandemia y sus hermanos el miedo y el desespero.
Es comprensible que la ciudadanía esté agotada y desconfiada por el bombardeo informativo y desinformativo referente al coronavirus y al denegado fraude electoral.
Una lástima, una verdadera pérdida del gran avance que significa construir nación, pues sin confianza en el mercado, en la política y en el vecino, se derrumban las bases de cualquier sociedad. De todos modos, es mejor prevenir que curar, es decir, usar tapabocas que ventilador.
Y ganó Joe Biden.
Paso a paso debemos recuperar la confianza. Día a día toca sonreír y hacerle conjuntamente frente a la adversidad. Porque de qué sirve tanta pelea si lo único que queda son narices sangrantes, orgullos heridos, familias separadas y edificios demolidos.
Los Estados Unidos de América no deben olvidar esa premisa fundamental que los hace nación: Unidos. Unidos en mantener la seguridad en las calles sin miedo al robo, el atraco, el secuestro, la violación o la muerte. Unidos en proclamar suelo americano esta tierra donde la gente viene a cosechar oportunidades lejos de las discriminaciones raciales y religiosas, huyendo de la violencia y la corrupción en el país natal. Unidos en la diferencia cultural, convergencia de la diversidad: Estados Unidos es el océano que recibe los ríos del mundo, el agua intercultural de nuestro tiempo. Debemos conservar esa agua, así como la provista por la naturaleza, no sea que se vaya a evaporar o a convertirse en aguas sucias y nos quedemos sin qué beber ni dónde habitar.
Sin más, agradecemos a los anunciantes que hacen parte de la familia América, ustedes son un gran ejemplo y el combustible de este proyecto que busca manifestar la riqueza de voces hispanoamericanas y latinoamericanas en la región. Paso a paso, que de gota en gota nace el río. Estamos unidos: ¡Somos América!